jueves, 18 de diciembre de 2008

Una de vaqueros

Por Luis Miguel Armas Moreno

Me levanto. Bostezo. Camino hacia el refrigerador. Abro la nevera. Cojo el vaso de yogur que me espera todas las mañanas. Estornudo. Regreso a mi habitación. Enciendo el ordenador. Leo lo último que escribí anoche. Me parece una mierda. Abro el Messenger. Descubro que cada día tengo menos amigos. Sonrío. Veo en línea a Charlín, mi primo de quince años que a esta hora debería estar en el colegio.

- Hola, vaquero –le digo.
- Habla, pajero –me responde.
- ¿No deberías estar en el cole? –le pregunto.
- ¿No deberías estar en la universidad?
- Lo mismo me dice mamá, pero ya sabes, me quité.
- ¡Qué envidia! Si yo pudiera hacer lo mismo con el cole.
- Lo haces a diario… ¡Conchudo!
- Bueno. Es que estoy confundido.
- ¿Qué pasa?
- No entiendo. Mis viejos me mandan al cole para que me enseñen “valores” y en el cole me dicen que debo aprenderlos en la casa. ¿Total?
- No hay peor pendejada que buscarle algún sentido al cole. Yo gasté once años de mi vida en ese plan, y aún sigo, como Condorito, exigiendo una explicación.
- ¿Gastaste? Gastaron tus viejos, dirás.
- No. Tampoco. Digamos que le metí la yuca al Estado. ¡Qué vivan los colegios nacionales!
- ¡El Estado debería demandarte!
- Ya lo hizo.
- ¿Ah?
- Oye, ¿y de qué curso te escapaste, Charlín?
- De Historia.
- Ay, Historia. ¡Ese curso es un verdadero fraude! Durante todo el año te hacen aprender de memoria la biografía de “héroes” como Miguel Grau, Alfonso Ugarte, Francisco Bolognesi, Abelardo Quiñónez y un largo etcétera. ¿Y tanto para qué? Para después enterarnos que los compadres se murieron por las huevas, porque a las finales siempre perdimos todas las batallas, todas las guerras. ¡Malditos losers!
- Ah, y no te olvides de los Incas.
- Uyy. Claro. Los que nos legaron Machu Picchu para que varios siglos después fuera descubierto por un estadounidense. ¡Jo! Esto es a lo que yo llamo “el orgullo de ser peruano”.
- Veo que tú sí entrabas a clases de historia.
- No. Yo también me escapaba del cole y me asilaba más bien en la hedionda biblioteca municipal, que de todos modos era menos hedionda que mi “prestigioso” colegio nacional.
- ¿No habían cabinas de Internet?
- Sí, pero por fortuna en ese tiempo no estaban al alcance del diminuto bolsillo de un colegial.
- ¿Por fortuna?
- Sí. ¿Te imaginas con cuánto idiota hubiera perdido mi tiempo hablando por messenger o jugando en red?
- ¿Jugamos?
- No. Para perder mi tiempo ya tengo suficiente con pensar a qué nueva universidad iré.
- ¿Persistes?
- Sí. Todas las personas con canas que conozco me dicen que reconsidere la idea, que vuelva a la universidad, que no seré nadie sin título universitario. Y bien reza el adagio que “las canas son sinónimo de sabiduría”.
- ¡Que se tiñan el pelo y que no jodan! Los títulos universitarios dicen sólo dos cosas: que tuviste el dinero suficiente para conseguirlos, y que fuiste lo suficientemente imbécil para pasarte cinco años trasnochando y aguantando a una sarta de animales con saco y corbata que se hacen llamar “catedráticos”.
- Dices cosas muy inteligentes para tener quince años y para ser mi primo, pero vuelve al colegio, ¡huevón!
- Y tú a la universidad.
- ¡Jo! Mejor has como mi madre y rézale a San Judas Tadeo, patrón de las causas imposibles.
- El colegio y la universidad son una locura, ¿no?
- Qué te diré, Charlín... La única diferencia entre los colegios, la universidad y los manicomios consiste en que en los dos primeros sí pagas por entrar.
- Bueno, ya me cansé de perder el tiempo, voy a seguir jugando.
- Vale. Yo voy a escribir algo para el Blog.
- ¿No escribirás sobre esta conversación, verdad? No quiero imaginar qué pasaría si mis viejos llegan a leer esta huevada.
- Claro que no. Descuida.

1 comentario:

Dinorider d'Andoandor dijo...

¡jajaja!
me dio risa el final


no conocía este blog al pasar de frente a webadass, están buenos los escritos


me gustó bastante el que escribiste también como comentario sobre Star Wars